Decía el filósofo Kierkegaad que “lo malo de nuestros tiempos no es lo que existe con todos sus defectos. El mal está en que se aspira a una reforma falsa, una reforma que no tiene por base un gran espíritu de sacrificio. Persuadámonos. La única manera que hay de cambiar el mundo es transformar el individuo –mediante la renuncia– al calor de un gran ideal.” Esta es una propuesta intolerable para nuestro mundo actual, hedonista, pero también es cierto que el niño no tomará por propia iniciativa la medicina amarga que le liberará del cólico.
Pero la idea sola no basta. Es preciso poseer –lo cual es mucho más raro– la firmeza de carácter necesaria para reducir esa idea a la práctica por encima de desalientos y contradicciones, de críticas y murmuraciones. Es necesario sufrir y hacer sufrir, que es en definitiva amar y hacer amar.
“La caridad evangélica no consiste, como piensan algunos, en no hacer sufrir, sino en enseñar a amar, para lo cual es necesario, a veces, hacer sufrir. (…) La caridad evangélica consiste en dar la vida por los demás. Forjar hombres es dar la vida por ellos, educar con paciencia sin dejarse llevar del cansancio, la incomprensión de la ingratitud de los mismos a quienes educa. Formar hombres es sufrir, al hacer sufrir al hermano para educarlo.”
Es una propuesta acorde con la dignidad humana. Si la exigencia no se hace salir desde dentro, sino que se impone desde fuera, de acuerdo que es incompatible con la dignidad humana. El educador encuentra un camino más suave para crear este clima de exigencia, cultiva un ideal en el educando y entonces será él quien obligue al educador a exigirle: “Pídame todo –me decía uno– pero no me imponga nada.”
La exigencia que el P. Morales propone ha de reunir ciertas condiciones:
- Flexible: “Si esa exigencia se aplica con rigidez, sin cristiana flexibilidad, sin suavidad, sin tacto ni prudencia, puede llegar a ser antievangélico. (…) También el bisturí es un instrumento peligroso si no se maneja con precisión. Pero no por eso lo arrinconamos.”
- Amorosa: esta exigencia de la que venimos hablando está siempre en función del hombre. No se trata de exigir por exigir. Tiene siempre un por qué y, sobre todo, debe ser siempre amorosa. (…) Por ello, el educador deberá en primer lugar cautivar el corazón del educando.
- Razonable: “La prepotencia, el dominio, la imposición coactiva sin más, el ‘porque lo digo yo’ o ‘lo mando yo’ producen siempre actitudes de rechazo, temor y rebeldía. Hay que excluirlas del ejercicio de la autoridad. El empleo, sin embargo, por parte del educador de su autoridad para sancionar la desobediencia no se debe excluir en algunos casos.”
Si falla alguna de estas tres condiciones, el educador incurrirá inevitablemente en alguno de los frecuentes errores: rigorismo, voluntarismo, activismo o perfeccionismo.
¿Qué medios propone para forjar en los jóvenes el valor de la exigencia? Un plan de vida, que se concreta en pequeños detalles reales, prácticos, comprobables: “El cumplimiento del deber se inculca por los pequeños detalles. El que no sabe cuidarlos, jamás será educador ni organizador. No se trata de la preocupación nimia y reglamentaria que achica el espíritu en lugar de dilatarlo. Es la conciencia del deber en todas sus manifestaciones por insignificantes que parezcan.”
Bienvenido G. («Tomás Morales, forjador de Hombres: Aprox. a un estilo educativo»)