«María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 34)
Todos hacemos lo mismo de pequeños. A medida que crecemos, llega un punto en el que la curiosidad nos invade, y la única forma que encontramos de saciarla, es mediante estas dos simples palabras: ¿por qué?
Es como si redescubriéramos el universo, sentimos que tenemos que saberlo todo: por qué tengo que ir al colegio, por qué me tengo que comer la coliflor, por qué tengo que irme a la cama pronto…
Pero llega un punto en que los padres completan su función, y las respuestas dejan de llegar. Es entonces cuando comenzamos a buscar las soluciones en los colegios o institutos. ¿Por qué la tierra gira en torno al sol? ¿De qué está compuesto todo? ¿Cómo funciona mi cuerpo? Por otro lado, hay preguntas que no se responden en las aulas, teniendo que encontrar soluciones en la vida real: ¿por qué mi amigo me ha mentido? ¿Por qué la gente se comporta así? Y un largo etcétera…
Si somos realmente curiosos, llegará un momento en que las preguntas suban a un plano mucho más trascendental, donde las cuestiones abundan pero las respuestas escasean. ¿Por qué existo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene mi vida?
El problema está en que por mucho que preguntamos, nadie responde. Esto nos provoca malestar, inseguridad, sensación de insuficiencia… Si toda la vida he obtenido respuestas, ¿por qué ahora me encuentro perdido?
En ese momento, se enciende la luz de Dios, una bombilla que todas las personas tienen encendida siempre, sea cual sea su forma de pensar. La respuesta que recibes es: por amor. Puede parecer que es una solución sencilla, pero pronto vuelven los por qués a tu mente. Cientos de cuestiones te llenan la cabeza, y aunque has obtenido respuesta, estas igual de perdido. Sigues investigando… ¿Por qué? Estás cansado de tantas preguntas. ¿Por qué? Sientes que nada tiene respuesta. ¿Por qué? Y en ese momento, descubres la verdad. ¿POR QUÉ?
«Por ti».
La respuesta a todo es «lo hago por ti, para que seas feliz». Has descubierto que Dios lo ha hecho TODO simplemente para que puedas ser feliz. Incluso ahora, con la respuesta definitiva, sientes que no lo comprendes… ¿Cómo es posible que Dios lo haya creado todo, absolutamente todo, solo para hacerme feliz? Amor infinito… Es de locos.
A pesar de todo, sigues sin entender, pero te das cuenta de que ese no es el problema. El problema no era la respuesta, sino la pregunta. La clave no está en preguntar por qué. Lo que hay que preguntar es:
¿CÓMO puedo ser feliz?
Dios solo te pide que quieras ser feliz. Él se encarga del resto. Ya llegará el día en que comprendamos todo, una vez seamos felices.
Seamos como María, que desde el primer momento renunció a preguntar por qué.
Confiando en Su sabiduría, se limitó a preguntar cómo ser fiel a Dios.
Cómo ser feliz.
(G., 19 años, Burgos)