«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el que va a nacer será santo, y se llamará Hijo de Dios. También Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.» (Lc 1, 35-37)
La vida está llena de sorpresas. Cuando te levantas, nunca sabes qué es lo que va a pasar. La rutina diaria está siempre marcada por pequeños imprevistos. Bueno, pequeños… o grandes. Puedes aprobar con nota ese examen que tan mal te había salido, o puedes romperte un brazo. Puedes quedar con un amigo y que le surja un imprevisto, o ir andando por la calle y cruzarte con esa personas especial. Puedes tener que despedirte de alguien a quien quieres, quizás para siempre… O puedes conocer a un gran Amigo.
A Dios le gustan las sorpresas. Mira a María. Allí estaba Ella, con sus labores del hogar, en Nazaret, un pueblito perdido en el mundo. De repente, aparece un ángel, Gabriel, y le expone los grandiosos planes de Dios. Desde luego, parecen desproporcionados, pero son los planes de Alguien que sabe lo que María necesita para ser feliz. Y por eso, Ella acepta.
Qué distinto podría haber sido todo, ¿verdad? Imagínatelo. Nada más llegar el ángel, María podría haberse tapado la cara, asustada ante tanta luz. Podría haber salido corriendo, y no habría descubierto la buena nueva de Dios. Podría haber escuchado a Gabriel, y haber negado una tras otra todas sus afirmaciones, ya que al fin y al cabo, María es libre para elegir. Resumiendo, María podría haberse dejado llevar por una pequeña y tentadora idea: «esto es imposible».
Esto nos puede pasar a nosotros. Vivimos en un mundo en el que tenemos de todo a nuestra disposición. Entretenimiento, diversión, placer… Es muy fácil perderse por el camino, pararse a disfrutar de momento, pensando que la vida son solo dos días que tengo que aprovechar. Puedo conformarme con la idea que tengo de mi felicidad, sin pararme a pensar si es eso lo que quiero en el fondo, lo que de verdad me hace feliz. Dios me ofrece un camino a la libertad, la felicidad y el amor infinito, pero es una travesía que suele presentarse empinada. Teniendo a nuestro alrededor un mundo lleno de distracciones, parece imposible escoger la opción difícil.
Pero qué le vas a contar a Dios sobre imposibles. Él es el Dios de lo imposible. Lo que para nosotros parece irrealizable, para Él es algo sencillo. Eso es algo que María tiene la posibilidad de comprobar. Tiene ante sí a un ángel que le dice que va a concebir a un niño, el Hijo de Dios, y sin conocer siquiera a varón alguno. Qué locura, ¿no? Es imposible. Pero Dios conoce esa incertidumbre que hay en todos nosotros, esa que también albergaba María en su corazón. Por eso, le pone como ejemplo de su poder a su prima Isabel, que a pesar de ser anciana, acaba de concebir un niño en su vientre. Porque para Dios no hay nada imposible.
Dios tiene un plan para ti. Un plan único y maravilloso, en el que el destino es una felicidad sin límites. Dudas, ¿verdad? Como todos. Tranquilo, Dios lo sabe. Es posible que presencies algún milagro como el de Isabel que te corroboren los deseos de Dios, pero a Él le gustan más las sutilezas (hay que dejar lo bueno para las ocasiones importantes, ¿verdad?). De hecho, podría llenar el mundo de milagros, pero no lo hace, porque no es necesario. El poder de la amistad es mayor que el de cualquier prodigio.
Y es que eso es Dios en el fondo, un Amigo, con mayúsculas. Nos ofrece una amistad que parece imposible, pero solo al principio. ¿Cómo surge una amistad? ¿Por una deducción lógica, por un razonamiento? No. Los amigos se hacen por la compañía que nos aportan, por lo que se comparte. La única forma de descubrir la amistad con Dios es dándole una oportunidad. Tenemos que confiar en Él, dejándole entrar en nuestras vidas. Viendo lo que Él es capaz de aportar a nuestra vida podremos conocer los planes de amor y felicidad que tiene preparados para nosotros. Dios hace lo imposible transformando nuestras vidas.
Pero recuerda, somos libres, y Dios siempre nos deja elegir. Él llama constantemente a nuestra puerta, pero solo le conoceremos cuando le abramos nuestro corazón. Nosotros tomamos la última decisión.
¿La clave?
Darnos cuenta de que es imposible ser feliz sin el Dios de lo imposible.
(G., 19 años. Burgos)