No queda tan lejos la sangre derramada por cientos de mártires en España. Su única culpa: ser cristianos. ¿Me siento heredero de esta fe?
Hoy en España es el martirio blanco el que se le pide al cristiano. Pero no muy lejos de nosotros, los cristianos siguen sufriendo los zarpazos del mundo de las tinieblas. En Nigeria, 500 mártires fueron quemados vivos el pasado verano. Esta Navidad, asesinados durante la celebración del Nacimiento del Príncipe de la Paz.
Es increíble el sueño en que vive sumido el laicado español: bautizados jóvenes y mayores, que excusan sus deberes cristianos pagando el precio de su conciencia para comprar al mundo una vida tranquila, sin problemas. Y a pocos kilómetros de sus fronteras, hombres, mujeres y niños alcanzan la palma del martirio, por ser lo que otros no se atreven a ser.
¿Y yo? ¿Cómo vivo? ¿Qué riesgos asumo por amor a Cristo? ¿Cuánto valoro la sangre que Él derramó primero por mí? ¿En qué se traduce este amor en mi vida?
Europa vive paralizada por el ictus del relativismo moral. Sin rumbo, sin capacidad de apostar por la Verdad, por miedo a ser ella misma. ¿Y mientras tanto? Nigeria, Egipto, India… derraman sangre cristiana para recordarnos el Camino, la Verdad, y la Vida…
… y lo hacen entregando la propia vida…, porque con San Pablo, sus vidas gritan: ¡Para mí, la vida es Cristo!
La Nueva Evangelización del militante, comienza por el amor a la Verdad, su búsqueda apasionada, y el deseo profundo de ser coherente con ella hasta las últimas consecuencias. Si no tengo amor, nada soy… Santidad de Nazaret que hace resplandecer la Verdad del hombre, pues Dios se hizo hombre, para enseñarnos a ser hombres…
«Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios.
En efecto, ante las múltiples dificultades que, incluso en las circunstancias ordinarias puede exigir la fidelidad en el orden moral, el cristiano, implorando con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega, a veces heroica».
(Juan Pablo II)