Si analizamos con atención el deseo de corregirnos, podemos ver que en el fondo lo que deseamos es apoyarnos en nuestra propia perfección. Es el deseo de conquistar y poseer como algo propio la capacidad interior para obrar bien, de manera que podamos apoyarnos en ella.
Cuando soñamos con alcanzar lo más rápidamente la perfección, apoyándonos en la ilusión de que por nuestras propias fuerzas somos capaces de “conquistar a Dios”, somos como el rico, lleno de codicia, que desea añadir bienes espirituales a todo lo que posee.
Pero de hecho, el pobre de espíritu nada posee y de nada dispone. Por lo tanto no es propietario de la perfección ni de virtud alguna. Convertirse en pobre de espíritu es un camino de apertura incesante a la gracia, de sometimiento continuo a la acción de Dios y de reconocimiento humilde de que todo bien que poseee proviene y es obra de Dios, que actúa con nosotros y a través de nosotros.
La actitud de pobreza espiritual implica más bien el deseo de que Jesús se sirva libremente de uno, que pueda disponer de nuestra alma y de nuestro cuerpo en cada momento.
Slawomir Biela