«Ella se conturbó por estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.» (Lc 1, 29-30)
Es tarde, y deberías estar durmiendo, pero… ¿Cómo conciliar el sueño en un ambiente tan aterrador? Todo está oscuro. Tus peluches y juguetes no son tan entrañables como cuando son bañados por la luz del día. Las ramas de los árboles parecen garras afiladas, y los fantasmas de barrio se entretienen haciendo ruido en tu ventana. Al principio te ves capaz de afrontar semejante situación, pero de repente un escalofrío te recorre todo el cuerpo. Has dado el grito salvador. La luz se enciende y tu padre llega para salvarte. Poco a poco los nervios desaparecen en sus cálidos brazos, y los miedos se van disipando con el cariño de sus besos. Le informas sobre las horribles criaturas que han venido a visitarte, y te sorprendes ante su estado de calma. Dice que todos esos seres no existen. ¿Cómo puede decir semejante bobada? ¡Si los has visto con tus propios ojos! Sin embargo… Es tu padre, y la experiencia te dice que mejor confiar en él. Mejor dejarse guiar, ya que siempre que has confiado, has sido feliz. Y antes de darte cuenta, te duermes plácidamente, con la mente tranquila, en el regazo de aquel que sabes que te quiere.
Has crecido. Ya no tienes juguetes y peluches, y la noche ya no es tan aterradora. Entonces, ¿qué te inquieta? Ah, ya veo… Ya no crees en fantasmas y seres terribles. Pero sigues teniendo miedo…
Cada día tienes que afrontar situaciones que te superan, que parecen estar por encima de tus posibilidades. Tus padres te prepararon para la vida, pero ahora has de afrontar los problemas inevitables de todo ser humano. Al principio puedes con ello, poco a poco sigues hacia delante… Hasta que el obstáculo es demasiado grande. Debes avanzar, pero no puedes… Desesperado como antaño, gritas de nuevo, pensando que ahora nadie te oirá.
Pero Alguien acude al rescate. Dios te ha oído, y Él siempre responde. Te extiende los brazos, y de nuevo el amor te reconforta. No sabes qué hacer, y pides consejo… Pero menuda respuesta… ¿Cómo vas a hacer eso? Es imposible, no tiene sentido. ¿Como vas a solucionar así tus problemas? Sin embargo…
¿Por qué no pruebas? ¿Tienes acaso otra alternativa? Ya has probado diversas opciones, y ahora Él te ofrece Su consejo. Sigues Su ejemplo, y el obstáculo que tanto miedo daba, se convierte en una simple piedra en el camino. Ha costado confiar, pero ahora que vuelves a ser feliz, descansas de nuevo en el regazo de Aquel que te quiere.
Que siempre te quiere.
Pase lo que pase.
(G., 18 años. Burgos)