La Iglesia Católica celebra hoy la fiesta de los santos inocentes.
Por ser hijos de nuestro tiempo, los militantes recibimos continuas influencias de él. Una de ellas es vivir la tentación de vivir superficialmente todo. El cultivo de la reflexión que pedía el P. Morales, sigue siendo la mejor vacuna (junto con la vida interior) para no ser superficiales, para no ser manipulables.
Podemos reirnos de los santos inocentes poniendo un monigote en la espalda del amigo, o podemos caer el cuenta de lo que realmente estamos celebrando. Siempre es lo mismo, ante todo impulso que nos llega: comodidad de la superficie, o exigencia de lo profundo.
Recién nacidos que son asesinados injustamente, ocupando el lugar de Cristo. Iban buscándole a Él, y sin ellos pedirlo, sin ni siquiera desearlo, son adornados con la gracia del Martirio. Nace en nosotros una santa envidia: morir por Él de una vez, o gota a gota en la fidelidad del trabajo oculto, de una vida entregada…
¿Cómo actualizar este testimonio en nuestra vida?
En cada ocasión de sufrimiento, en cada injusticia que padezco, cuando en mi corazón lo más íntimo de mí dice: «Señor, te lo ofrezco, todo es tuyo…», yo también puedo ser mártir.
Y como decía el P. Morales, para salir de esta noche epocal en la que nos vemos metidos, serán necesarias grandes oblaciones, por amor a Dios, por medio del martirio, de sangre o blanco… El mundo se salvará por un puñado de hombres… ¡Que el Niño Dios nazca en nuestros corazones!
No es hablando, sino sufriendo y muriendo, como estas primicias de los mártires, estas flores de la naciente Iglesia confesaron la fe de Jesucristo. A menudo Dios pide que tú y yo, en medio del mundo, lo confesemos callándonos, ofreciendo. Te calumnian, te persiguen: sufre, cállate. ¡Ah! ¡cuán elocuente testimonio de tu fidelidad es esta paciencia muda! En vano dices que eres totalmente de Dios: corresponde que lo digan tus acciones; trabaja por Dios, sufre por amor suyo.
«El cristiano no se contenta con seguir a Jesús con sólo palabras que se las lleva el viento. Ni con sólo sentimientos que van y que vienen como la marea. Es roca, y no corcho que se agita a merced de los latigazos de las olas.
Es lo que pide precisamente para nosotros una de las oraciones de la Misa, «Los Mártires Inocentes proclaman Tu gloria en este día. Concédenos por su intercesión testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos de palabra» (oración colecta).
Martirio blanco.
La segunda parte del Evangelio del día nos descubre la crueldad de Herodes al degollar a los mártires, pero la primera nos habla del martirio blanco en obediencia a Dios Padre. Nos relata la actitud de S. José. El ángel se le aparece y dice: «levántate, toma al Niño y a Su Madre y huye a Egipto. Estáte allí hasta que Yo te diga porque Herodes va a buscar al Niño para acabar con Él» (Mt 2,13).
¡Qué fe y grandeza irradia José! Podría haberse escandalizado ante orden tan insólita, pero no piensa más que en ejecutarla. Cualquier otra persona se turba y desconcierta, pero él permanece sereno, con esa tranquilidad que da el sentirse hijo de Dios Padre.
El texto del Evangelio es tan sencillo que parece se trata de lo más natural del mundo. Un ángel se presenta, no Dios mismo como a Moisés. Orden inesperada, intempestiva, en la noche. Nos parece que Dios elige el mejor momento para molestar más. ¡Con lo fácil que le hubiese sido cualquier hora del día! «Toma al Niño y a su Madre…» El asunto parece que se complica.
Política divina de llevarse disgustos y darlos a las personas queridas. Ni critica, ni piensa, ni censura los designios adorables de Dios. ¡Cuánto se le ocurriría oponer a nuestro orgullo y pereza! Atravesar el desierto en la noche. ¡Cómo encontrar el camino y sortear a los sicarios de Herodes? ?A qué sitio de Egipto? ¡Pero si Egipto es tierra idólatra! ?Por qué no donde los Magos? ¡Sería lo razonable, siendo amigos nos facilitarían el negocio! Pero ¿qué medios de subsistencia vamos a encontrar?… «Estáte allí hasta que yo te avise». ¡Ni siquiera el consuelo de saber el fin del destierro!»
(P. Morales, S.J., Semblanzas)