«Y entrando, le dijo: alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». (Lc 1, 28)
Vivimos en un mundo lleno de cosas. Videojuegos, televisión, música… Diversos elementos que hacen que el tiempo se pase rápido, que nos olvidemos de los problemas por unos instantes. También está lleno de personas. Tenemos familiares, amigos y conocidos con los que pasar el rato y a los que acudir cuando nos surgen problemas que nos superan.
Ahora vamos a hacer un experimento. Cierra los ojos, guarda silencio. Escucha…
Rodeado de oscuridad, ¿qué puedes oír? Lo único que percibes es tu propio ser, la voz de tu conciencia. La persona que realmente eres. Pasa el tiempo, y como entre tanto vacío solo estás tú, te pones a pensar. Y así, poco a poco, te vienen a la cabeza todos esos problemas e inquietudes que tratabas de evitar… Deseas abrir los ojos para encontrar una nueva distracción, pero no puedes: eso sería hacer trampas. Ahora que tienes que afrontarlos, descubres que eres incapaz de hacerlo, que necesitas la ayuda de un gran amigo…
¿Y cómo te sientes? Solo. Completamente solo. Y entre tanta soledad, te quedan dos alternativas.
Una, abrir los ojos. Deja que el mundo entre en tu interior, que lo llene todo de ruido, que convierta tu espacio personal de aspecto aterrador, en un trastero lleno de trastos inservibles. Deja que te llenen la cabeza de cosas que hagan que todas tus preocupaciones parezcan un ligero zumbido en la distancia. Un zumbido que nunca desaparece…
O dos, guarda silencio. Escucha. Presta atención a esa oscuridad que te rodea. Cierra los ojos y concéntrate. Poco a poco, tus problemas pasan a un segundo plano. Esas cuestiones que carecían de respuesta se van resolviendo sin apenas darte cuenta. Y antes de percatarte, descubres que la paz inunda tu corazón y la mente se despeja… Ya no te sientes solo, porque todo el ruido se ha transformado en la voz de un gran Amigo. Sientes la presencia de Alguien que sabes que siempre ha estado ahí, incluso cuando no le has prestado atención y has hecho todo lo posible por ignorarle. Ahora que tu universo ha guardado silencio, puedes escuchar el mensaje que durante tanto tiempo ha querido transmitirte.
Solo puedes sonreír al escuchar sus palabras:
¡Alégrate. Estoy contigo!
(G., 18 años. Burgos)