Mi primer campamento no resultó del todo como me esperaba. Para empezar descubrí que estoy en peor forma que la que pensaba.
Fueron días de trajín, de trabajar, de compartir vida. Fueron jornadas para aprender sobre uno mismo, mis aguantes y mis fuerzas, también sobre mis flaquezas…
Entiendo que haya tantos muchachos que salgan contentos tras este tiempo intentando superarse día a día, entablando relaciones con los compañeros, animando, jugando al deporte, preparando los fuegos nocturnos… Haciendo vida de grupo. De tener yo su edad también lo viviría así, me figuro. Pero no la tengo, y por eso he podido ver otro lado del campamento; un lado más de educador.
Y he comprendido que el campamento Santa María de la Montaña tiene una fuerte vocación, y una exigencia alta. ¡Buf!, era un ritmo fino. Y las cumbres de Gredos fueron un auténtico reto para mí. Os aseguro que pensé «realmente tiene que haber más que subir estos picos, porque si no, no vuelvo otro año», mientras subía fatigosamente. Pero, ¡aaah!, sí que hay más que «subir esos picos». Está el bajarlos con la satisfacción de haberlos coronado, contemplado el paisaje, compartido con los compañeros… está el dormir bajo las estrellas con el eco en derredor… está el bañarse en la laguna bien fresquita a primera hora de la mañana… están los ratos de fuego donde los chavales dejan sus almas volar… está la misa con María mirándonos, mientras estamos agarrados al peñasco que sobresale de la roca que es nuestro cimiento…
Efectivamente, cuando pueda volveré al campamento. Y no solo a subir las cumbres de Gredos.
Alfonso B.
Madrid