Rumbo a la JMJ (III)

«Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el Creador la criatura se diluye» (Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36). La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores, que son el fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio -como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la familia-, se constata una especie de «eclipse de Dios», una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza.»

(Mensaje de su Santidad el papa Benedicto XVI para la JMJ Madrid 2011)

Meditemos esta vez en torno a nuestra fe de cara al exterior. A mí realmente me emocionan las palabras del santo Padre sobre lo que debe ser una relación con Dios: “la persona humana aspira al amor, la alegría y la paz”. ¡¡Y Dios es todo eso!! ¿No es maravilloso? Pero ahora me pregunto si yo soy de verdad uno de los que trata de ser reflejo de ese amor entre los demás o al contrario, pretendo eliminarlo de mi vida y guardarlo sólo para los domingos durante una hora. Yo personalmente, a pesar de las muchas veces que se me olvida o lo minusvaloro, creo que Dios debe ser visible en mi ambiente, a través de mí. Siempre nos han dicho que es la hora de los laicos, y no es palabrería suelta, es porque realmente llegan momentos en que un cura no puede llegar a todo el mundo, y en cambio, un laico llega más lejos, a esas personas alejadas de Cristo, que no quieren saber nada de jerarquías o de alzacuellos (vade retro, suelen decir, en plan irónico).

Démonos cuenta de que Dios nos da una alegría que no da nadie, y que si la escondemos para el día a día, llegará el momento en que queramos utilizarla y no la encontremos, o se nos haya secado esa fuente. Es que, ¡la grandeza de la fe no se puede ocultar!, porque si está llena de amor, acaba desbordándose. Recordad la querida expresión “revolución del amor”, y meditad si realmente queremos algo así, o nos conformamos con un poco de cariño y bastante odio en un mundo que no sabe reconciliarse consigo mismo ni con los demás.

Por último, ¡cuánta razón tiene Benedicto cuando dice que si dejamos de lado nuestro tesoro (nuestra fe), estamos renunciando a una parte de nosotros mismos! Eso entiendo en la última parte, pues realmente cuando se pierde el norte de la fe de forma voluntaria, estamos cercenando una parte de nuestro ser más íntimo. Y si no, haced la prueba: el día que alguien os insulte u os humille, veréis cómo cambiáis radicalmente, cercenando una parte vuestra, si le respondéis con odio y queréis humillarle. Ojo, no digo que no haya que cortar de raíz y evitar que vuelva a pasar. Pero hay muchas formas de solucionar una situación así, ¿no creéis?

Bernardo C. (Madrid)

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