Señor mío y Dios mío:
La humildad de tu Amor me desarma.
Eres capaz de dejarte amar, por cualquiera, en cualquier circunstancia.
Lo pides todo, suplicas desde la Cruz corazones indivisos que se entreguen por entero a Ti.
Pero al mismo tiempo, aceptas las migajas de hombres y mujeres que tienen su corazón volcado en cosas, cargos, criaturas…
Aceptas ser el segundo plato, callas, y amas pacientemente. Tu baza es el tiempo.
Eres fuente inagotable de espera amorosa, que late por cada alma en el sagrario abandonado de nuestra vida.
Y no pides otra cosa, sino confianza audaz en tu Corazón.
Te duele más la desconfianza tras la caída del pecador, que el propio pecado.
Tú no necesitas las obras de nuestras manos. Eres omnipotente. Y sin embargo, buscas continuamente nuestras manos, y en nuestras manos a nosotros mismos…
Incluso encontrar esas manos llenas o vacías, para Ti es secundario…, con tal de encontrar nuestras manos…
¿Cuál será la alegría de tu Corazón, al encontrar un puñado de hombres, de jóvenes, que dejen inundar, sin poner límites, sus pequeñas almas, por las olas de amor que brotan de tu Corazón traspasado?
¡Joven, déjate conquistar por el Amor de Dios, y gástate en la Cruzada-Milicia de Santa María!
¡Que te encuentre disponible para convertirte en víctima de holocausto de su infinito Amor! ¡Qué gran honor! ¡Qué privilegio!
Y que descanso para su Corazón…