Categoría: Nueva Evangelización

  • ¡Merece la Pena! #Summer Camp’18

    ¡Merece la Pena! #Summer Camp’18

    ¿Qué es el campamento para mí? Impresiones del Campamento 2017.

    Yo lo describiría en una palabra: Felicidad. Voy a ser sincero,  yo llegué aquí nuevo sin tener ni idea de nada y no me apetecía mucho venir. Pero una vez llegas aquí, ves que es un lugar distinto. Todas las asambleas, charlas, juegos, ratos de oración… la verdad que me han ayudado muchísimo. Además de todos valores que día a día nos enseñan para intentar parecernos cada vez más a Cristo.

    Por otro lado, el ambiente que aquí se respira, la compañía de los amigos que haces y la de la Virgen, te incitan a cambiar. Así vuelvo yo a Pamplona, cambiado y renovado; y feliz por todo lo vivido.

    Recordad, el campamento es solo el comienzo para comeros el curso. Esto para mí, acaba de empezar.

    Wico P. (Pamplona)

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    Para mí este Campamento de Santa María de la Montaña es un lugar en el que he aprendido muchas de las cosas que son muy importantes para el día a día como ser diligentes, constantes, cómo tratar a los demás, vencer la pereza, superarme subiendo cumbres y picos, reflexionar sobre uno mismo para conocer mis defectos y arreglarlos, así como mis virtudes y potenciarlas. Además este campamento me he acercado mucho a Dios y nuestra Madre, la virgen María de Gredos, a la que tanto he conseguido amar y que tanto me ha ayudado este campamento.

    También hemos realizado montones de actividades como bañarnos en una laguna, pozas, jugar al fútbol, hacer unas olimpiadas deportivas y lo más importante, subir al Circo de Gredos donde se vive el campamento de forma más intensa y emotiva.

    Juan Pablo D. (Madrid)

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    Este campamento no es un campamento cualquiera, es un campamento para la vida. La principal finalidad del mismo es preparar al joven (a nosotros) para el futuro.

    No importa de dónde vengas, cómo seas… Lo único importante es lo que eres. Este campamento te enseña a que lo más importante para la vida es no ser nada. Porque no siendo nada, consigues triunfar tanto para ti como para Dios.

    «Subir bajando» y «Hágase y Estar» son nuestros lemas. Ganar la santidad perdiendo todo. Así, durante el campamento, se te propone aspirar a la santidad como finalidad de la vida.

    Cada día (2-14 de julio) se propone un valor a cultivar. De esta manera, uno aprende a ser mejor persona. Sólo deseo que más personas tengan la oportunidad de conocer esto. «Madre Hágase, Madre Estar«

    Daniel R. (Madrid)

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  • Aprender a disfrutar

    Aprender a disfrutar

    Pocas veces sabemos escapar de la vorágine de la rutina. A veces, incluso, nos parece que la rutina diaria nos consume poco a poco. Los mismos horarios, la misma gente, las mismas caras en el metro… Podríamos decir que, en ocasiones, nos gustaría gritar con Mafalda aquello de “paren el mundo, que me bajo”. Es triste, sí, pero cierto, no sabemos disfrutar de lo que tenemos. No sabemos disfrutar de la realidad.

    Me atrevería a preguntarte qué es lo primero que haces cuando vas a algún sitio y te sientas en el metro o el tren. Pero creo que no me equivoco si afirmo que, de las primeras cosas que se te pasan por la cabeza, es echar mano al bolsillo para sacar el móvil. Acto seguido, procedes a su desbloqueo y miras si alguien te ha mandado un wásap o si tienes mensajes pendientes de contestar. Entonces, con la tranquilidad que da el tener un rato disponible sentado, te dispones a escribir a esas conversaciones.

    ¿Cuánta gente ves por las mañanas que se dedique a mirar el paisaje en el tren? ¿Y cuántos ves con el móvil? ¿Cuántos ves que vayan por la calle paseando tranquilamente? ¿Y cuántos van con los cascos puestos? ¿Cuántos ves en un parque que se sienten en un banco en silencio? ¿Y cuántos ves corriendo? Ojo, no es una crítica a escuchar música, a correr -que el deporte es muy sano- o a contestar mensajes -que es necesario-, pero me parece que, a veces, el universo digital, alimentado por nosotros mismos, consume nuestra capacidad de disfrutar de la realidad.

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    Y resulta, además, que no se trata sólo de nuestra propia obcecación cuadriculada sobre una pantalla durante un viaje. Sino que también es una responsabilidad sobre los otros que nos encontramos. Decía Fabrice Hadjad que «cuanto más conectada esté la gente al ciberespacio, más increíble, extraordinario y ultratecnológico les resultará encontrar a personas reales, aquí, ahora, justamente delante de ellos, hablándoles del misterio de su presencia común. La gran novedad, el gran milagro incluso, en un universo globalizado y pixelizado, es la proximidad física» (Hadjad F. 2016, Puesto que todo está en vías de destrucción, pp. 177). ¡Y qué poco aprovechamos esa novedad! ¿Cuántas conversaciones tienes al día -en persona, por supuesto- que merezcan la pena, de esas que se recuerdan? ¿Y cuántas por WhatsApp?

    No hay que asustarse, la tecnología existe y no sólo hemos de convivir con ella, sino que es un gran medio para poder hacer muchas cosas que, de no tenerla, serían imposibles. Pero también es cierto que muchas veces ese “cansancio patológico de la rutina”, que parece ser la pandemia de nuestro tiempo, está directamente relacionado con el tiempo que dedicamos a buscar intereses en el móvil e inversamente con el tiempo que dedicamos a cuidar a la gente que tenemos cerca.

    Atrevámonos a alzar la mirada, a descubrir que hay vida más allá del mensaje de ese amigo en el teléfono. Aprendamos a disfrutar del silencio, de los ratos sentados mirando el paisaje, del tiempo perdido en una conversación cara a cara, de hacerse preguntas absurdas mirando al infinito. Enseñemos a descubrir la belleza magnífica que nos rodea: las hojas de los árboles que caen, las flores que se abren en primavera, los niños que juegan en el parque que hay de camino a casa, el trinar de los pájaros por la mañana. El mundo a veces nos parece un desastre porque de él sólo contemplamos las noticias en el móvil, los mensajes en el WhatsApp y la música de YouTube. Sin embargo, hay mucho más, cada paso que das contemplas paisajes y personas, escuchas miríadas de sonidos, percibes la vida en su plenitud exuberante. Aprendamos a levantar los ojos de las pantallas y a disfrutar, así, de vez en cuando, de la realidad.

     

    «Son solo instantes»

    S.G. (20 años)

  • El ladrón del Cielo

    El ladrón del Cielo

    Durante la Semana Santa, hemos vivido un tiempo muy intenso y el más importante del año en que celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

    Sin embargo, me gustaría recalcar una figura de la Pasión que no es muy popular y en que no muchos se fijan: San Dimas. También conocido como el buen ladrón, es un personaje misterioso del que solo se sabe que fue crucificado al lado de Cristo y que, arrepentido, reconoció a Jesús como Dios pidiéndole que se acordara de él cuando estuviera en el paraíso.

    Hasta su nombre, Dimas, es una duda, ya que se le llama así por la tradición, pero no se sabe a ciencia cierta. A pesar de esto, está reconocido como santo por la Iglesia, siendo el único canonizado por Jesucristo mismo. ¡En aquella cruz!

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    Y no es poco merecido, ¿qué mejor santo puede haber que el que se arrepiente, reconoce su miseria, la acepta y se deja acoger por la misericordia de Dios? Además, por si fuera poco, no tiene una vida por detrás que corrobore grandes obras o que fuera seguidor de Jesús, de hecho, es posible que hubiera oído hablar de él, pero nada más. Y si estaba ahí crucificado es porque cometió algún delito grave como asesinato, robo o rebelión. Podemos decir, en nuestro lenguaje, que posiblemente era un terrorista.

    Sin embargo, a pesar de no conocer a Cristo solo le bastó mirarlo, contemplar su rostro desfigurado y especialmente dejarse amar por su mirada, esa mirada que transforma corazones y mueve lo más profundo del pecador. En ese instante, él se ve como un miserable que está ahí colgado justamente, pero… ¿qué ha hecho ese hombre para estar ahí? ¿Por qué muere y se deja tratar así siendo inocente? Presa de amor colmado por Jesús, pronuncia las famosas palabras reprochando al mal ladrón y luego dice: «Acuérdate de mí cuando estés en el Paraíso»… O lo que sería en otras palabras: Perdóname y llévame contigo. Yo cuelgo aquí pagando por mis actos, pero tú nada malo has hecho para merecer esto.

    Ante un corazón humillado como el de Dimas, Jesús se conmueve, lo mira con sus ojos llenos de misericordia y le dice: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Fin. Santo declarado de inmediato… ¿Increíble no? Solo fue necesario pedir perdón, arrepentido de verdad ante un Jesús fracasado, ultrajado y herido. Fue el consuelo cuando más lo necesitaba, y además: Dimas no hizo nada grande en su vida, es más, vivió como un pecador y bastó ir a recostar la cabeza en el pecho lastimado de Cristo crucificado para que este lo canonizase al instante.

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    Es por esto que pienso que es un modelo de santo muy bueno: la clave no es tener una gran vida, evangelizar por todo lo alto, organizar grandes proyectos o incluso rezar todos los días y hacer oración. Todo eso es importantísimo, pero al final lo único que Cristo pide es que te dejes amar por él y que vayas a sus brazos viéndote pecador y necesitado de él y el ejemplo más claro es ni más ni menos que San Dimas.

    San Dimas

    Malhechor crucificado junto con Cristo, que supo «robarle» en el último momento el cielo. Es el único Santo canonizado en vida.

  • ¡QUÉ POQUITA COSA!

    ¡QUÉ POQUITA COSA!

    Cuántas veces me veo sentado en el banco de la iglesia, después de misa o de mi rato de oración, intentando “apretar” y hacer una oración buena, esforzándome por convencerme a mí mismo de que voy a darme entero, esta vez sí, a tope. Esforzándome por darme cuenta realmente que al que tengo delante, o dentro de mí, es al mismo Dios, no sólo es un dios, ¡es Dios! Esforzándome por sentirle realmente, por caer en la cuenta de su presencia viva en mi interior, que nunca estoy solo. Pero nada, la cabeza me hace “¡pop!”, lo único que consigo es que la oración me agote mentalmente y sentirme un cateto cuando la vuelvo a liar después de haberle dicho que soy todo suyo. ¿Os pasa también? Esto puede acabar por llevarte a no disfrutar de la oración, a cansarte y convertir ese rato que debería ser de descanso, en un momento de frustración general. ¡Yo quiero sentir y estar cerca de Él, pero no hay forma! Como me canso mentalmente la cabeza se me va, me pongo a pensar en cuánto me queda para que se me acabe el tiempo de oración que había pensado, en qué podría estar haciendo que me urge mientras pierdo el tiempo aquí…, etc.

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    Esto nos puede llevar a acabar renunciando a la oración y convertirla en otra obligación más en mi lista de “Cosas que debo hacer hoy”, no en un rato entre amigos. Sin embargo, este sentimiento puede ser la clave para darle un backflip a la situación. Jesús dijo a san Luis rey de Francia: ‹‹ ¡Tú querrás orar como un santo, y yo te invito a orar como un pobre!››.

    Es normal que tengamos días de oración sabrosa y dulce, y otros que sean más áridos. No es problema, es oración igualmente, lo importante y que va tallando el corazón es la fidelidad a la oración. Sin embargo, estas dificultades que encontramos nos ayudan a darnos cuenta de nuestra pobreza, de que en realidad por nosotros mismos no podemos siquiera hacer un rato de oración decente; y esta pobreza nuestra nos lleva a la humildad. Y la humildad es el punto flaco de Dios. La humildad, unida a la esperanza, “obliga” al corazón de Dios, Él encuentra en ese corazón necesitado un lugar donde poder actuar abiertamente. Así que no nos apaguemos porque nuestra oración no nos haga levitar, ofrezcamos con humildad nuestro rato de oración, sabiendo que ni siquiera eso podemos hacerlo solos, sino que es Él quien toma la iniciativa.

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    A mí me ayuda entrar a la oración con el sentimiento en el corazón de: “Señor, vengo este rato a estar contigo porque necesito de ti. Salga como salga la oración, yo vengo a estar contigo porque quiero serte fiel”. Luego leo un texto o medito el evangelio, y dedico a la oración el tiempo que haya hablado con mi guía espiritual. Y si salgo de la iglesia igual que he entrado, entonces es que debe ser así. Ofrezco al Señor todo lo que puedo dar, de esta forma le doy todas las opciones para que Él tenga plena libertad para obrar en mí. ¿Hemos hablado ya con el guía espiritual entonces de cuánto tiempo sería el ideal para nosotros de oración?

    Santa Teresa de Jesús dijo: ‹‹Sabe el traidor que el alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida, y que todas las caídas que la hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio››. Dice también Marthe Robin: ‹‹Quiero ser fiel, muy fiel a la oración cada día, a pesar de las sequedades, los aburrimientos, los disgustos que pueda tener… ¡a pesar de las palabras disuasorias, desanimantes y amenazantes que el demonio pueda repetirme!… En los días de turbación y grandes tormentos me diré: Dios lo quiere, mi vocación lo requiere, ¡eso me basta! Haré la oración, me quedaré todo el tiempo que me han prescrito en oración, haré lo mejor que pueda mi oración, y cuando llegue la hora de retirarme me atreveré a decir a Dios: Dios mío apenas he rezado, apenas he trabajado, poco he hecho, pero os he obedecido. He sufrido, pero os he mostrado que os quería y que quería amaros››.

    ¡Buah! ¿Tú también te mueres de ganas de volver a la capilla?

     

    D.D. (22 años)

  • Una mañana cualquiera…

    Una mañana cualquiera…

    Todo empieza en una mañana nublada un 9 de enero. Era día de inicio de exámenes finales y volvía, entre cansado y cabreado, de hacer el primer examen de una serie de cinco que me iba a llevar dos semanas de trabajo. En estas estaba, pensando en el metro en lo injustos que habían sido los profesores con el método de evaluación, cuando un hombre con una de esas sillas de ruedas eléctricas entra en el metro y me saluda.

    Yo no le conocía de nada, no nos habíamos visto nunca, y sin embargo el hombre se baja el cuello de la camiseta y, mostrando sobre el corazón un escudo tatuado con una calavera, me dice «yo fui legionario en el tercio D. Juan de Austria«. A mí de primeras me sorprende y, con ánimo de hacerme cercano a aquel hombre que parecía haber sufrido mucho, le pregunté ‘¿y qué le ocurrió a usted?‘.

    El hombre, un rostro sin nombre, da síntomas de no haberme oído pues se pone a buscar una foto en su teléfono móvil que acaba de sacar del bolsillo izquierdo. Y me la enseña. Es él, o al menos eso parece, con el uniforme de la Legión. Y me enseña otra en la que también aparece manejando un mortero de 81 mm en el desierto.

    El hombre, animado por mi atención, se pone a buscar en el teléfono otra foto en la que dice que sale desfilando con sus compañeros y, como no la encuentra y estamos llegando a Nuevos Ministerios, no hace más que repetir angustiado «no me da tiempo, no me da tiempo, no me da tiempo…» mientras pasa fotos.

    Efectivamente, este buen hombre legionario tenía razón, y no le dio tiempo. Se bajó y no pudo enseñarme esa foto que tanta ilusión le hacía. Me despidió con un «bueno, hijo, no me da tiempo, que tengas un buen día«, a lo que contesté con un educado ‘muchas gracias, usted también’.

    ¿Por qué refiero esta historia? En parte porque me hizo pensar. Teníais que haber visto esos ojos llenos de alegría con la ilusión de alguien que, por fin, le prestaba atención. De alguien para quien era importante durante unos minutos.

    ¡Cuántas veces nos cerramos en nosotros mismos! Yo iba a lo mío, a ‘mi bola’, en parte cansado y en parte enfadado, pensando que el próximo examen era lo más importante que tenía yo entre manos en los próximos dos días. Pensando en esa lenta tortura agonizante que son las semanas de exámenes… Pero había algo más, había vida más allá de mis preocupaciones. ¡Cuántas veces nos cegamos con nuestros problemas! A veces parece que el mundo, en lugar de girar alrededor del Sol, gira alrededor de un problema, de una persona, de un examen, de algo que nos preocupa y que nos ocupa. Pensando y dándole vueltas, día y noche, como el niño que cree que no podrá vivir si le quitan su juguete. Sin embargo, basta un rostro, alguien que te saluda sin conocerte, o conociéndote, para sacarte de ese ensimismamiento y que la Tierra vuelva a girar alrededor del Sol.

    Esto me lleva también a pensar cuántas veces alguien que necesitaba de mi atención, que necesitaba tener a alguien para quien sintiera que era importante, ha pasado a mi lado y yo estaba a lo mío, ocupado en “esa cosa” tan importante. Cuántas veces no habré negado, vilmente, una sonrisa a quien lo merecía porque “yo” estaba “ocupado”. Ruego que si el afectado me está leyendo, me disculpe. No lo hice adrede, nunca lo hago adrede, aunque a veces necesite una colleja para entrar en razones.

    Si ya lo decía el bueno de Aristóteles que, aunque no supiera de fármacos antileucémicos (que es de lo que iba el examencito de marras), sabía mucho del hombre: el ser humano es un ser social por naturaleza. Sin embargo, el homo faber lo ha convertido, entre obligaciones y problemas, en algo así como “el ser humano es un ser ocupado por naturaleza”. Y así nos va, que nos perdemos las estrellas mientras miramos -o pensamos- en lo feo que es el dedo.

    Samuel G. (Madrid)

  • Amar hasta que duela     #Amaqtedu

    Amar hasta que duela #Amaqtedu

    Comienza el 2018, y con él todos nuestros sueños, nuestros anhelos…la búsqueda de nuestra felicidad. Y nos podemos preguntar: ¿dónde está la felicidad?

    Amaqtedu «Ama hasta que te duela»

    Os presentamos a AMAQTEDU, un proyecto solidario que quiere construir un mundo mejor a partir del amor al arte y del arte de amar. ¡Amar siempre, hasta que duela!

    Una de sus fundadores nos muestra dónde está esa felicidad tan deseada por todos. Ahí va:

    Hola,

    Me llamo Elizabeth y quiero compartir con vosotros qué ha significado AMAQTEDU en mi vida….

    Creo que si tuviera que definir la palabra felicidad, lo haría a partir de nombres y apellidos… Para mí la felicidad es Felipe, es José Alberto, es Martin…, son todas esas personas que me regalan la oportunidad de “amar hasta que duela” y de ser feliz por ello.

    El amor tiene que doler, porque sino, no sería amor. A mí, me duele… Me duele el sufrimiento de quienes acompañamos, me duele no poder “hacer más” y lo que más me duele es no saber entregarme al 100% y vivir tan preocupada por mi vida: mis estudios, mi futuro… Creo, cada día con más certeza, que estar al lado de los que sufren es mi futuro, porque con ellos me siento plena, siento que puedo tocar el cielo y alcanzar cada una de las estrellas (ellos son mis estrellas).

    Ellos me sorprenden con sus historias, con su fuerza y con su sentimiento…, ellos me sorprenden con su belleza. Sus ojitos, sus manitas, su sonrisa…, son como el hogar de quien busca perdido en el mundo y encuentra un sitio cálido, familiar y acogedor donde  refugiarse. Ellos, sin exagerar, hacen que cada día me levante con el lema de: “voy a luchar”, porque es lo que yo les pido a ellos y sería falaz si yo no lo hiciera.

    Yo aconsejaría al mundo entero que se sumasen a la lucha de “amar hasta que duela”, que se sumasen a AMAQTEDU, un proyecto que recién empieza, pero que estoy segura que será imparable.

    Despido el año siendo yo misma: con mis miedos, mis preocupaciones, mis luchas…, y lo despido feliz gracias a AMAQTEDU y la alegría que da a mi vida el acompañar a los héroes ocultos de este mundo.

    Fuente: AMAQTEDU

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    En definitiva, «Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más»

    Santa Teresa de Calcuta
  • Volver a casa por Navidad…

    Volver a casa por Navidad…

    Estamos en pleno Adviento y se acerca la Navidad a toda máquina pero, ¿se nos acerca a todos por igual? Y más importante aún, ¿se acerca nuestro corazón? Este año yo estoy lejos de casa así que la relación con mi familia se ha reducido, lo que hace que cada muestra de cariño valga el doble y sepa tres veces más rica. Voy planificando el día en que voy a volver a casa, qué día voy a quitarme de estudiar para salir a comprar regalos al Fnac, qué maleta voy a llevarme y si me hace falta llevarme toda la ropa o sólo la justa, etc. Y todo esto, va calentando el corazón para coger a los tuyos con ganas cuando llegas a casa. Se parece a la frase de Pablo Sanz en su canción “Compondré”: “Prepararé el corazón cada vez que nos veamos, y ya seré feliz antes de darte un abrazo”. Un temazo.

    Estar lejos de casa ayuda a valorar el lujo de “volver a casa por Navidad” y poder pasarlo en familia pero, ¿preparo mi corazón igual para Dios? ¿Espero con ganas ya mi rato de oración a solas o la misa de Navidad? ¿En qué se diferencia mi Navidad de la del resto de mis amigos?

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    Venimos de la fiesta de la Inmaculada, tenemos que tener energías renovadas para llevar a la práctica nuestro deseo de intimar con Dios, de “echar tripa cervecera con Dios” como dice un amigo mío. Igual que quien sale a tomar algo con los amigos día sí y día también, lo importante no es tanto el hablar de esto o aquellos, sino el placer de dedicarse tiempo y pasarlo juntos. De igual modo, no vas con ningún objetivo especial a la oración, vas a estar con Él, ¡y qué rico sabe cuando es así!

    En estas fechas vamos a sacar tripa de rebozados y mazapanes, tripa de cañas/zumos con los amigos, etc. ¿y no vamos a sacar tripa también con Jesús en las fiestas de su cumple?

    En el libro de Jacques Philippe La oración camino de amor, explica que la relación de Dios con la humanidad no es cuestión de cuentas totales o balances anuales, no dice: “Hummm, este año ha ido bien, ¡he recibido 30 sacos de amor en total!”. Para Él las cuentas van individualizadas y, aunque el resto de la humanidad le ame, si hay un hijo que no, su corazón seguirá anhelando su cariño.

    La clave es: dado que tú eres distinto decualquier otro, Dios te ama de una forma única y, dado que no habrá nadie como tú, sólo tú puedes amarle como le amas, y aquel amor que le des nunca podrá ser reemplazado por el de ningún otro.

     Lo mismo pasa con unos padres y sus hijos; si uno se muere, aunque el resto sigan ahí amándolos, ningún hijo ni presente ni futuro podrá llenar el vacío que ese hijo ha dejado. Y saber esto no es ninguna esclavitud, ¡es una pasada! Dios espera tus buenos días y tus buenas noches tanto o más que tu novia o tu madre, desea irse de cañas contigo y pensar en el futuro, desea descansar contigo y actuar a través de ti, porque no podrá actuar a través de otro igual que a través de ti. Es la vieja historia de la página 13 del primer tomo de la segunda edición del Manual de Militante: lo que no hagas tú no lo podrá hacer nadie, y se quedará sin hacer. ¡Pues he ahí!, el bien que Dios pueda hacer a través de ti no podrá hacerlo a través de nadie más, porque tiarrón, por suerte o por desgracia, ¡no hay ni habrá otro como tú!. Dios te necesita, eres el lateral titular de equipo.

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    Él tiene ganas de que vuelvas a casa por Navidad, ¿y tú?

    D. Díez (Madrid)

  • ¿Te vienes?

    ¿Te vienes?

     

    #ventealaVigilia

  • ¿MILITANTE?

    ¿MILITANTE?

    Se acerca. Se nota. Se siente. Está en el ambiente. El corazón se acelera y el pulso aumenta. Sí, estamos llegando a la fiesta, al día, al 8 de diciembre de 2017. Se acerca la Inmaculada y nosotros vivimos estos días con una expectación creciente en plena campaña.

    Una de las cosas importantes para preparar este día que todos deseamos es hacernos conscientes de todo lo que Ella nos ha dado y, para algunos de nosotros, Ella nos ha regalado la oportunidad de ser Militantes de Santa María, sus hijos. Precisamente por esto os invito a reflexionar sobre qué es un militante.

    Es una pregunta que nos han hecho muchas veces en Milicia. Es una de esas preguntas que se suelen poner al inicio de una asamblea y a la que se dan muchas veces las famosas “respuestas de manual”. Creo que debe de haber un capítulo en el “Manual del Militante” que se llame “Respuestas posibles a preguntas típicas” y, en algún punto, debe venir esta. ¿No es triste?

    Y es que es una pregunta que, si no le damos respuesta clara, corremos el riesgo de convertir el “Por Cristo, por la Virgen, por la Iglesia: ¡más, más y más!” en un mero grito de batalla, en un cántico como el de los fanáticos de un equipo de fútbol, en una exclamación que hace piña pero que no nos conforma, no nos “hace con”, un grito que despelleja la garganta pero que en el fondo no significa más que un recuerdo.

    Tras mucho pensar, me he atrevido, desde mi experiencia, a darle una respuesta. Que me perdonen el P. Morales o Abe si he metido la gamba en algún lado.

    ¿Qué es un militante?

    Un militante es un hombre débil que tiene el corazón puesto en Cristo y los ojos fijos en la Inmaculada.

    Un militante es un militante, parecerá una obviedad, pero no lo es. Un militante no es militante si no forma parte de un grupo, de una familia, de la Milicia. Porque no se puede ser militante sin hermanos militantes, no se puede ser un lobo solitario, un caballero andante sin casa ni hogar donde reposar. No se puede, porque dura dos telediarios, ser militante sin otros a tu lado, humana o espiritualmente. Se nos podrán encargar misiones que debemos recorrer solos, cierto, pero no se nos puede pedir que las llevemos a cabo sin, al menos, la oración de nuestros hermanos cubriéndonos la espalda. Somos familia, nos une el Amor, el Amor de Cristo en la Cruz, que nos dio a su Madre por Madre Nuestra. Y podrán separar kilómetros a un militante del hogar más cercano que no puede ser militante sin ser militante, sin familia. Porque el hogar está donde está la Madre.

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    Un militante es un hombre (que la rama femenina saque su propia definición), un hombre formado en la medida de sus necesidades, un caballero. Es un hombre en el mayor sentido de la palabra, un ser humano que Dios ha creado a su imagen y semejanza. No más que los otros hombres, pero sí uno más de los Hijos de Dios. Es un caballero con las mujeres, exquisito si se lo exige la situación y pilar fuerte si las circunstancias lo requieren. Es un soldado, uno de los pretorianos de Nuestro Señor, la élite de las fuerzas de Santa María en este mundo. Dispuesto a las más duras batallas, aún a sabiendas de que sólo nos las gana. Y que se juega la vida por el honor de su Señor, a un militante no le es indiferente que se calumnie a Cristo delante suya. Un hombre que reconoce la valía de una mujer y la respeta como compañera que Dios le ha dado en este mundo. Un militante es un hombre.

    Un militante es un hombre débil, y lo debe reconocer. Muchas veces se nos sube a la cabeza el “soy militante” y solemos olvidar que el “subir bajando” es núcleo esencial de nuestro carisma. Un militante es de carne y hueso, si se le pincha sangra, como a todo quisqui. Somos débiles, sencillos, torpes, cojos y mancos, no valemos para mucho -para qué nos vamos a engañar-. Y el problema no es que lo seamos, que las circunstancias se imponen muchas veces, sino que debemos reconocer que lo somos, que ya nos cuesta más. Somos hombres que no se ganan la santidad a pulso, que no dan el asalto al Cielo, que no escalan su propio crecimiento. Somos hombres curtidos en la dureza de la roca de Gredos, que enseña que, para que la hierba brote, la roca ha de agrietarse y resquebrajarse por nieves y hielos hasta dejar pasar el agua. Un militante lucha, sí, pero “no se cansa nunca de estar empezando siempre” porque sabe que es débil y que su salvación no se la va a ganar él. Un militante es débil.

    Un militante es un hombre débil que tiene el corazón puesto en Cristo, que no vive a medias tintas, que está enamorado de su Señor. Cada día le dedica un rato, como al mejor amigo, y le cuenta sus penas y alegrías, sus luchas y defectos, sus conquistas y sueños. Descansa en Cristo, en su Señor. Que echa en falta cada día que pasa sin recibir la Eucaristía, que se seca si no le regala el día a su Señor en el ofrecimiento de obras. Un militante hace todo por Amor, con mayúscula, da la vida por Amor al que por Amor le dio su Vida. Un militante es un hombre débil que tiene el corazón puesto en Cristo.

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    Y un militante es un hombre débil que tiene el corazón puesto en Cristo y los ojos fijos en la Inmaculada. Porque no vive sin su Madre, porque aprende todo de Ella, porque sólo Ella le anima a caminar, sólo Ella es su fe y su esperanza. Porque Ella desde Gredos le enseña a resistir nieves y hielos escondida en la roca del Amor; porque Ella desde el Cielo le enseña, como la Inmaculada, a ser todo y sólo de Dios; porque Ella le enseña, como Madre, a vivir en su vida el plan que Dios ha trazado para cada uno de sus militantes. Le enseña a confiar, aunque parezca que es imposible, a decir “hágase” cuando no entiende nada y sólo ve oscuridad. Le enseña a permanecer, a “estar”, contra viento y marea, cuando todo parece caer. Sólo ante Ella ofrece su vida en los compromisos, sólo ante Ella y su Señor dobla la rodilla, sólo de su mano sube a la santidad bajando, peldaño a peldaño, la escalera de la humildad. Un militante sólo es militante si es de Santa María, y allá donde se le rinda culto a Su Madre un militante es feliz, y allá donde esté le rendirá honor a Su Señora, al orgullo de su pueblo, a la Toda Santa. Un militante tiene los ojos fijos en la Inmaculada y su pureza es modelo y esperanza para su fe.

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    Un militante es un hombre débil que tiene el corazón puesto en Cristo y los ojos fijos en la Inmaculada.

    Quizás me he explayado en exceso, diréis, y razón no os falta, porque esto no se escribe, ni se dice, se vive. Y qué mejor ocasión para vivirlo que estos días, esta preparación constante para la fiesta de nuestra Madre. Que vivamos y preparemos el corazón para el 8 de diciembre y que así, poco a poco, nos acerquemos cada día más a la santidad en medio del mundo y, si Dios quiere, a la eternidad.