Este mes de agosto he estado en ejercicios espirituales. Han sido en un pueblo cerca de Pamplona.
Iba con ganas, porque era una tanda de siete días, y las impartían dos personas con las que me apetecía un montón recibirla.
Confieso que, como en las últimas tandas, ésta no me ha supuesto un gran cambio sensible, no he tenido “calentito el corazón”, ni tampoco frío. Pienso que si pongo de mi parte el Señor sabrá hacer.
Salgo con las miras puestas a la oración, a mantenerla, reforzarla y sobre todo a no dejarla caer, como en bastantes ocasiones he hecho este curso pasado. Escuchando la vida de san Francisco de Sales (hermano del santo más pequeño del mundo, “san Frasquito de Sales”, je, je, je) vuelvo a comprender que los grandes deseos de santidad no bastan por sí solos. Mi reto personal y gran propósito es ése: la oración diaria.
Me llevo en el corazón una frase que el Señor dijo a santa Catalina de Siena: “Yo salvaré el mundo por las lágrimas, las oraciones y las tribulaciones de mis almas escogidas”, o algo así.
Señor, me encantaría ser una de esas almas escogidas.
¡Ah!, y hay que invitar a ejercicios, ¿eh? Hacen mucho bien.
Alfonso B., (Madrid)