El mejor apostolado del cruzado, es su misma vida consagrada a Dios.

Nadie da lo que no tiene, y nadie tiene lo que no ha recibido antes gratuitamente de Dios. Dios da, se da a Sí Mismo en cada don… El hombre, sólo puede recibir…

El cruzado, más allá de lo que haga, es consagrado, y esto en medio del mundo. Éste es su ser, es su misión, es su mejor y más fecundo apostolado. Así lo afirmaba el Padre Morales.

El militante, sin ser consagrado, es bautizado, y esto en medio del mundo. Su lugar, está en el mundo. En el mundo, sin ser del mundo…

Consciente de su misión en la medida en que la desempeña, palpa su incapacidad para llevarla a cabo. La desproporción entre los medios y los objetivos es abrumadora…

Va siendo reducido a nada, tomando conciencia de su pobreza… Y es precisamente de esta total incapacidad, de donde brota una súplica desde lo hondo de su ser: «Señor mío y Dios mío, transforma mi corazón de piedra, en un corazón semejante al Tuyo…» Sólo un pobre es capaz de acoger a otro pobre… ¿Es posible para el apóstol, ser rostro veraz de Dios para el mundo, sin antes, haber sido vaciado de uno mismo?

Hace mil años, S. Anselmo, escribía estas letras. Hoy, el militante bautizado las hace suyas. Santa María, Puerta de la Fe, conduce a tu Cruzada – Milicia hasta tu Hijo…

«Busco tu rostro, busco tu rostro, ¡oh Señor! Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío!, enseña a mi corazón dónde y cómo te encontrará, dónde y cómo tiene que buscarte.

Si no estás en mí, ¡oh Señor!, si estás ausente, ¿dónde te encontraré? […]

Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas el camino. No puedo encontrarte si no te haces presente.

Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote, te amaré encontrándote».

(S. Anselmo)